por qué...
Por qué. Por qué.
Porque hace tiempo que dejamos de seguir una única dirección, o al menos de caminar en paralelo, y mucho más aún que ya no nos encontramos haciendo el viaje en un mismo camino.
Porque hace tiempo que nuestros ritmos tomaron acordes descompasados diferentes, y la diferencia en la velocidad hace indistintamente que, en vez de sincronizar nuestros pasos, uno se resigne a reducir la zancada para dar tiempo a que el otro se reincorpore, y el otro se pregunte con deshago y ritmo entrecortado que sentido tiene una carrera frenética sin-sentido.
Porque nunca me gustaron los caminos hacia ningún lugar, los viajes emprendidos sin propósito alguno, ni los pasos guiados bajo el apremio de la inseguridad. Porque siempre preferí darlos bajo la firmeza de un creer que desconfiar de lo hasta entonces recorrido.
Porque hace tiempo que me di cuenta que en ocasiones se debe tomar aliento y apartarse hace la orilla para no ser arrastrado por la corriente, aunque eso suponga una excepción a la norma o la separación de las normas mismas seguidas hasta entonces.
Porque a veces la cobardía es la más arriesgada de las apuestas, y los dados por hecho y supuesto se convierten en peligrosos botes salvavidas a los que aferrarse.
Porque sólo se sabe lo que se dice, y a pesar de ello insistimos en que nos entiendan por silencios vestidos de adivinanzas y lenguajes oscuros.
Porque por más que nos empeñemos, los silencios compartidos no tienen el mismo sentido si no asumimos que, a veces, no sobran las palabras que pronunciadas vienen a satisfacer el deseo de un oído receloso. Porque a veces es necesario que lo que pensamos adquiera forma expresada, para desplazar al desciframiento de los gestos y lo callado.
Porque afortunadamente contamos con la palabra, no tendríamos que interpretar los comportamientos y actitudes, pues el pensamiento no debería ser un enigma por descubrir, ni los sentimientos reos injustamente encarcelados en una prisión que sólo en contadas ocasiones conseguimos abrir.
Porque una mirada vacía no sólo calla tanto como la boca sellada por el más absoluto de los silencios, sino que supera a ésta en desazón al llevar de compañeros una ilusión desgastada y un conformismo resignado. Porque es el sentido de las cosas lo que desatendemos cuando las vemos sin querer verlas.
Porque la sinceridad entendida sólo tiene un significado en mi diccionario, pero he ido encontrando como en otros se recogen diversas acepciones. Porque los condicionales nunca he sabido conjugarlos, y las segundas frases disfrazadas me gustan menos aún.
Porque he aprendido que no se puede exigir, sino esperar, a no ser que pretendamos que la contrariedad nos acompañe en más ocasiones de lo inevitable. Porque nunca se llega a conocer totalmente a alguien, pues ni nosotros mismos nos conocemos, y por tanto sorpresa y decepción no tendrían que venir dadas de la mano.
Porque para discutir hace falta uno, pero para enamorarse de verdad hacen falta dos (ya lo dice la palabra, enamora-dos).
Porque prefiero el qué y el quién al por qué.
Porque hace tiempo que dejamos de seguir una única dirección, o al menos de caminar en paralelo, y mucho más aún que ya no nos encontramos haciendo el viaje en un mismo camino.
Porque hace tiempo que nuestros ritmos tomaron acordes descompasados diferentes, y la diferencia en la velocidad hace indistintamente que, en vez de sincronizar nuestros pasos, uno se resigne a reducir la zancada para dar tiempo a que el otro se reincorpore, y el otro se pregunte con deshago y ritmo entrecortado que sentido tiene una carrera frenética sin-sentido.
Porque nunca me gustaron los caminos hacia ningún lugar, los viajes emprendidos sin propósito alguno, ni los pasos guiados bajo el apremio de la inseguridad. Porque siempre preferí darlos bajo la firmeza de un creer que desconfiar de lo hasta entonces recorrido.
Porque hace tiempo que me di cuenta que en ocasiones se debe tomar aliento y apartarse hace la orilla para no ser arrastrado por la corriente, aunque eso suponga una excepción a la norma o la separación de las normas mismas seguidas hasta entonces.
Porque a veces la cobardía es la más arriesgada de las apuestas, y los dados por hecho y supuesto se convierten en peligrosos botes salvavidas a los que aferrarse.
Porque sólo se sabe lo que se dice, y a pesar de ello insistimos en que nos entiendan por silencios vestidos de adivinanzas y lenguajes oscuros.
Porque por más que nos empeñemos, los silencios compartidos no tienen el mismo sentido si no asumimos que, a veces, no sobran las palabras que pronunciadas vienen a satisfacer el deseo de un oído receloso. Porque a veces es necesario que lo que pensamos adquiera forma expresada, para desplazar al desciframiento de los gestos y lo callado.
Porque afortunadamente contamos con la palabra, no tendríamos que interpretar los comportamientos y actitudes, pues el pensamiento no debería ser un enigma por descubrir, ni los sentimientos reos injustamente encarcelados en una prisión que sólo en contadas ocasiones conseguimos abrir.
Porque una mirada vacía no sólo calla tanto como la boca sellada por el más absoluto de los silencios, sino que supera a ésta en desazón al llevar de compañeros una ilusión desgastada y un conformismo resignado. Porque es el sentido de las cosas lo que desatendemos cuando las vemos sin querer verlas.
Porque la sinceridad entendida sólo tiene un significado en mi diccionario, pero he ido encontrando como en otros se recogen diversas acepciones. Porque los condicionales nunca he sabido conjugarlos, y las segundas frases disfrazadas me gustan menos aún.
Porque he aprendido que no se puede exigir, sino esperar, a no ser que pretendamos que la contrariedad nos acompañe en más ocasiones de lo inevitable. Porque nunca se llega a conocer totalmente a alguien, pues ni nosotros mismos nos conocemos, y por tanto sorpresa y decepción no tendrían que venir dadas de la mano.
Porque para discutir hace falta uno, pero para enamorarse de verdad hacen falta dos (ya lo dice la palabra, enamora-dos).
Porque prefiero el qué y el quién al por qué.
Por qué... ¿y por qué no?
