sublime apuesta...
Por otra parte, ¡por cuánto tiempo no he sido, y por cuánto tiempo no seré! Ocupo un espacio bien pequeño en el abismo de los años. Este pequeño intersticio no consigue distinguirme de la nada a la que tendré que ir. No he venido al mundo sino para hacer número.
Mi papel ha sido tan pequeño que, aunque hubiera permanecido detrás de los bastidores, todos habrían dicho igualmente que la comedia era perfecta. Es como una tempestad: unos se ahogan enseguida, otros se quebrantan contra un escollo, otros permanecen en un leño abandonado, pero no por mucho también ellos. La vida se apaga sola, como una bujía que ha consumido su materia. Y deberíamos estar acostumbrados, porque como una bujía hemos empezado a diseminar átomos desde el primer momento en que nos hemos encendido.
No es una gran sabiduría saber estas cosas, decíase Roberto, de acuerdo. Deberíamos saberlas desde el momento en que nacemos. Mas normalmente reflexionamos siempre y sólo sobre la muerte de los demás. Sí sí, todos tenemos bastante fortaleza para soportar los males ajenos. Luego llega el momento en el que pensamos en la muerte cuando el mal es nuestro, y entonces damos en la cuenta de que ni el sol ni la muerte se pueden mirar fijamente. A menos que no se hayan tenido buenos maestros…
… Después de haber calculado con rigor estas posibilidades (después de haber reconocido que la vida es breve, el arte vasto, la ocasión instantánea y el experimento incierto) habíase dicho que era indigno de un gentil hombre abandonarse a cálculos tan mezquinos, como un burgués que computara las posibilidades que tenía jugándose a dados su avaro peculio.
Es decir, habíase dicho, un cálculo se ha de hacer, mas que sea sublime, si sublime es la apuesta. ¿Qué se jugaba en aquella apuesta? La vida. Mas su vida, si él no hubiera conseguido abandonar la nave jamás, no era mucho, sobre todo ahora que a la soledad habríase añadido la consciencia de haberla perdido a ella para siempre. ¿Qué ganaba, en cambio, si superaba la prueba? Todo, el gozo de volverla a ver y salvarla, en cualquier caso de morir sobre ella muerta, cubriendo su cuerpo con una mortaja de besos.
Es verdad, la apuesta no era a la par. Había más posibilidades de morir en el intento que no de alcanzar la tierra. Pero también en ese caso el alea era ventajosa: como si le hubieran dicho que tenía mil posibilidades de perder una miserable suma contra una sola de ganar un inmenso tesoro. ¿Quién no hubiera aceptado?
(La isla del día de antes, Umberto Eco)
2 comentarios:
Bonito fragmento de Umberto Eco, me ha gustado mucho.
La verdad es que es la primera vez que me paso por aqui y después de todo lo que he leido, ten por seguro que no será la última.
Un saludo!
Me encanta tu blog y ademas dos medicos!
Mua!
Pasate por el mio ... http://adrianainpitufilandia.blogspot.com/
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