... recuerdos
Porque aunque se empeñen, no soy la noche en vela de un milagro bioquímico. Porque milagro no es el tiempo que me queda, sino el tiempo que está por llegar. Porque tiempo no es el devenir caótico del mundo que ondea como una bandera desgarrada en cimas aún sin conquistar. Porque mundo no es la vaga interpretación de la sonrisa amarga, quizá agridulce, de un cruel filósofo de barra de bar. Porque filósofo no es un arquitecto de la realidad y porque la realidad nunca fue el sutil despropósito de un poeta tísico en ciernes.
Porque ningún poeta es un ingeniero de emociones. Porque emociones no son un patrimonio, sino una sutil muestra de irrefrenable y contradictoria libertad. Porque libertad no es conseguir, no es hacer lo que espero de mí, ni lo que esperáis de mí, ni lo que esperaré de mí ni nada por lo que sea necesario esperar. Porque esperar no es una forma de perder el tiempo, sino el modo más perfecto de amar sin límites. Porque límite es únicamente el que no hemos visto traspasar nunca, y llamamos esfuerzo al límite sobrepasado. Porque sobrepasar no es saltar obstáculos como un autómata, sino reír de los obstáculos pasados con los ojos inundados de lágrimas, esas lágrimas que sólo el pasado sabe traerme, sabe hacerme negar con la cabeza y pensar “qué tiempos de sueños cumplidos fueron aquéllos”.
Porque los sueños no significan más en el ámbito de lo que hacen que en el ámbito de lo que hacen ellos con nosotros, y desde luego, porque los sueños no son las sombras chinescas de una ficticia realidad amable. Porque amable no es agradable sino “querible”. Porque querer cuando se quiere de verdad, a corazón abierto, aunque no sea más que a un banco en un parque, no es una enfermedad, y porque no hay peores enfermedades que la desilusión, el propio beneplácito, el desánimo, la soledad o la tristeza...
Por esto y por todo, quise ser médico. [...]
[...] Cuando Echegaray fue admitido como miembro de la Real Academia de la Lengua, pronunció un discurso que se recuerda como de los más hermosos jamás pronunciados allí. En él hablaba de la belleza en el mundo y decía que todos sabemos lo que es la belleza, a pesar de que no podamos tocarla o definirla. Y la belleza da gran parte de sentido al mundo. Pero decía también que cuidado con ella porque es como las olas en el mar, porque tanto las suaves ondas de un mar tranquilo como las peores olas de la tempestad acaban siendo espuma tan sólo. Procuraré recordarlo. Procuraré no olvidar por qué quise ser médico, intentaré por todas mis fuerzas que mi ola no acabe convirtiéndose en rumor de viento, en espuma de mar.
(Germán G. M. Pequeño fragmento del discurso de graduación, 19/09/06)
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